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LA COCINA” (Incineración Clandestina)...

por:  Julio Alfredo Ceballos Alonso

 

Este escrito titulado “La cocina” (Incineración Clandestina) es un relato de ficción, en el que redacto en forma novelada y tomando como base casos reales producto de mis investigaciones hemerograficas, platicas carcelarias y experiencias personales en el contexto de la policiología, en los cuales se narra cómo es que en ciertas ocasiones los grupos de delincuencia organizada de deshacen de los cuerpos de sus víctimas para intentar burlar la acción de la justicia

 

Eran cinco jóvenes las siguientes víctimas destinados al martirio y a la ejecución. Pertenecían a un grupo enemigo del Crimen Organizado, la lucha entre sicarios es bestial e inmisericorde… Iban vendados de los ojos y boca, atados de pies y manos con “cadenas plásticas” de cinta maskingtape color plateada. Fueron conducidos a bordo de lujosas camionetas cual si fueran corderos destinados al sacrificio hasta un pequeño campo a unos diez kilómetros de la ciudad; el agreste paisaje estaba formado por vegetación propia del semidesierto: arbustos achaparrados de gobernadora, espinosos mezquites y algunos huizaches de silueta muy triste y desgarbada. La noche era estrellada, su clima templado y corría un suave viento que alborotaba el cabello de los verdugos. Estos eran un total de diez, ninguno de ellos era mayor de los veinticinco años, su apariencia era espectral y apocalíptica. La luna con plateados resplandores iluminaba la dantesca escena. Los ejecutores iban al mando del comandante Pepito quien con voz aguda y autoritaria al acercarse la media noche ordenó: Bueno señores, es hora de iniciar el evento.

 

Acto seguido cuatro de los sicarios tomaron a su primera víctima, la recostaron en el arenoso suelo y procedieron a cubrirle la cara con la cinta tape plateada de una forma rigurosa y apretada cubriéndole por igual ojos nariz y boca con la intención de provocarle muerte por asfixia, el muchacho forcejeaba vigorosamente en busca del vital oxigeno pero sus verdugos lo tenían completamente inmovilizado y mientras uno de ellos le obstruía con ambas manos nariz y boca un quinto verdugo se acercó y propino repetidas patadas en el abdomen para por último dejarse caer de rodillas sobre la misma parte del cuerpo, lo anterior para acelerar la muerte por asfixia… a los tres minutos, el joven martirizado moriría.

En los siguientes veinte minutos las restantes cuatro víctimas fueron aniquiladas de la misma manera.

Los verdugos prosiguieron con su macabra tarea, colocaron lo cinco cuerpos en un círculo y a la cabeza de cada uno de ellos colocaron un tambo de 200 litros, al que previamente les habían hecho unos agujeros en sus en su base y en sus costados con un rudimentario talache, los primeros para que escurrieran los fluidos propios de la destrucción de los tejidos biológicos por el fuego, y los segundos que servirían como “respiraderos” para suministrar comburente a las “téas humanas”.

 

En cada uno de los tambos colocaron de cabeza los cuerpos de los asesinados para posteriormente empaparlos con diésel y prenderles fuego…Los cadáveres iban vestidos, por lo que las ropas encendieron inmediatamente, para que unos minutos después el cuerpo mismo comenzara a ser devorado por el fuego. La grasa corporal atizaba la combustión, no obstante los “muerteros”, tenían que alimentar el fuego, uno por uno, fijaban su turbia mirada en las teas humanas cual Can Cerberos del infierno de Dante, cuando miraban que alguno de los cuerpos sometidos a holocausto menguaban sus flamas, corrían velozmente hasta un tambo que contenía el diésel, en su mano derecha sostenían un bote de plástico el cual llenaban con el combustible, y se dirigían hasta la humana antorcha, y cual si fueran demoníacos banderilleros bañaban con el combustible el cuerpo ardiente, el cual reavivaba sus flamas y su combustión. Cada que los banderilleros alimentaban el fuego, de los cuerpos se desprendían una gran cantidad de un viscoso humo, cual fumatas blancas implorando al cielo misericordia.

 

El dantesco trabajo se extendió durante 5 a 6 horas, por lo que al rayar el alba, cerca de las seis de la mañana, cada de uno de los cuerpos había sido consumido por las gigantescas lengüetas de fuego, quedando solamente como vestigio residual, tan solo una mancha de turbio aceite que escurrió por los agujeros de la base del tambo de dos cientos litros para finalmente mezclarse con la arenosa tierra.

 

“Ni una sola oportunidad para lograr identificar los cuerpos con técnicas forenses…” comentó un patólogo después de inspeccionar la infernal escena del crimen…

 

JULIO ALFREDO CEBALLOS ALONSO

 Psicólogo-Policiologo San Luis Potosí, México Octubre de 2014

JULIO ALFREDO CEBALLOS ALONSO
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