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Se denomina agresor sexual al individuo, sea varón o mujer, que ataca o agrede a otro, sea varón adulto, mujer, niño o niña, con el fin de dominarlo sexualmente, tanto sea en forma de abuso sexual como de violación. Los primeros estudios sobre los agresores sexuales datan del siglo 19 cuando Richard von Krafft-Ebing publica su famosa “Psychopathia Sexualis “ en 1886 y propone designar a la perversión sexual en la cual la satisfacción está ligada al sufrimiento o la humillación infligidos al otro con el nombre de sadismo. Podemos nombrar a Havelock Ellis, quien comienza a estudiar las perversiones sexuales y a Albert Moll con su “Perversions”, publicada en 1891. Otro precursor fue Sigmund Freud con sus “Tres ensayos sobre teoría sexual”, publicada en 1905.

 

Desde entonces numerosos científicos, médicos, psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos se han dedicado al estudio de las agresiones sexuales y el perfil del agresor. ¿Pero, cuál es el perfil del violador típico? La gente prefiere pensar que el agresor sexual o el abusador de niños son “viejos verdes”, personas con algún tipo de debilidad mental, alcohólicos, drogadictos, o vagabundos, personas en las que fácilmente se hallarían evidencias de su monstruosidad, pero esto no es así.

 

La respuesta básica a la pregunta es que no existe un violador típico. Los violadores varían muchísimo entre ellos, tanto por su trabajo, educación, estado civil y antecedentes delictivos como por su motivación para cometer la violación. Podemos hacer algunas generalizaciones sobre los violadores. En su mayoría, son jóvenes. Según los Uniform Crime Reports, del FBI, el 61% es menor de 25 años. Muchos tienen la tendencia a repetir su agresión.

 

También es cierto que, por regla general, no son asesinos. Es probable que sólo una violación de cada 500 acabe en asesinato. Esta estadística es importante para las mujeres que se preguntan cómo deben reaccionar en una situación de violación.

 

Desde el punto de vista estadístico, aunque el violador amenace a la mujer con recurrir a la violencia o con asesinarla, es improbable que lleve esto a cabo, tratando sólo de asustarla para que acceda.

 

El conocimiento de esta circunstancia puede animar a las mujeres a oponer resistencia al atacante, en vez de someterse a su voluntad. Procurando ordenar la diversidad de personalidades y enfoques de los violadores, algunos investigadores han elaborado tipologías o esquemas para categorizarlos. De acuerdo con una de tales tipologías, los violadores varían según que su objetivo primordial sea agresivo, sexual o una mezcla de ambos. 

 

El problema que plantean las investigaciones de este tipo es que se basan sólo en violaciones denunciadas y, en general, investigan a los violadores que han sido detenidos, condenados y encarcelados.

 

La imagen que el imaginario social suele tener del agresor sexual, tanto sea del violador de mujeres adultas como del abusador sexual infantil dista mucho de la realidad. La gente se imagina al violador o abusador sexual como un monstruo, alguien fácilmente detectable, de aspecto peligroso y desagradable. La realidad es bastante diferente.

 

El agresor sexual resulta ser, la gran mayoría de las veces, un individuo como cualquier otro, que no se puede distinguir del resto de las personas “normales”. Es probable que estos violadores se desvíen más de lo normal que quienes no son denunciados. Por tanto, esas investigaciones pasan por alto al más corriente, “normal”, como el violador de una amiga o el jefe que viola a su secretaria. Las estadísticas muestran que el 97% de los agresores sexuales son varones adultos y suelen proceder de todas las razas, culturas, grupos étnicos, niveles sociales, niveles educativos y profesiones.

 

La heterogeneidad entre los agresores es inmensa. Ningún grupo humano de varones queda exento del riesgo de cometer agresiones sexuales. El agresor sexual suele ser un individuo que manipula las percepciones, juicios y emociones de los demás con facilidad. Saben mentir con facilidad para negar sus delitos y evadir la condena. Se trata de individuos con fuertes tendencias a mentir, que utilizan como mecanismos defensivos la negación, la minimización, la proyección, la racionalización y la parcialización para no sentir que mienten y sostener su autoimagen. Al aceptar sólo fragmentos de la realidad no sólo engañan al otro sino que se engañan a sí mismos para convencerse de que la víctima deseaba la agresión sexual y no asumir su responsabilidad ni sentirse culpables.

 

Tipos De Violadores

 

Violadores desconocidos para la victima

 

El violador que es un desconocido, frecuentemente tiene un cuchillo u otra arma. Amenaza a la víctima durante el ataque y puede lastimarla severamente. También le dice que la lastimará en el futuro. Los violadores desconocidos, tienen un enorme odio contra las mujeres. Quieren degradar y humillar a sus víctimas. Cerca del 30 por ciento de los violadores son violadores desconocidos. Para las víctimas, el miedo a la muerte es el punto principal con el que tienen que enfrentarse.

 

Violadores conocidos de la victima

 

El violador que es un conocido de la víctima, usualmente es un amigo, un acompañante, un conocido o un pariente. Raramente amenaza a la víctima con violencia física, aparte de la violación en sí, y usualmente no lastima a la víctima. Cerca del 70 por ciento de los violadores son conocidos de la víctima, quienes violan para degradar la víctima. Para la mayoría de las víctimas, en sus esfuerzos para enfrentarse a la violación, el punto principal es la violación de la confianza que la violación sexual representa.

 

Tipo de agresión Las investigaciones muestran que tanto el violador de mujeres adultas como el abusador de niños necesitan sentir poder y control sobre su víctima. Buscan seres indefensos o más débiles para sentirse fuertes y poderosos. Las violaciones sexuales suelen ir acompañadas por actos violentos y degradaciones de la víctima. Lo que busca el agresor es la humillación de la víctima más que la descarga erótica. Las estadísticas muestran que más del 70% de los violadores realizan actos de violencia gratuita contra sus víctimas y disfrutan humillándolas. Control, poder, dominación y hostilidad son las características que no faltan en un ataque sexual. Pareciera que la sexualidad es el recurso encontrado por el agresor sexual para lograr su objetivo, que es el ejercicio del poder y alcanzar un sentimiento de control sobre la víctima. Es por eso que muchos autores insisten en que la violación tiene más que ver con control que con sexualidad.

 

 

Radiografía de un violador Las claves que definen la estructura psíquica del delincuente sexual. Respuestas a los interrogantes más comunes.

 

Ni “viejos verdes”, ni marginales, ni adictos. Tipos de aspecto común y corriente, integrados, de esos que no se caracterizan por llamar demasiado la atención. El perfil de los violadores es frecuentemente tan común a los ojos de su entorno, que se desmarca con facilidad de la imagen que le atribuye un imaginario colectivo tan difundido como poco fundamentado, aseguran algunos especialistas. Un caso testigo alcanza para demostrar el alcance de esta afirmación y es el de Marcelo Sajen, sindicado como el autor de 59 violaciones en la ciudad de Córdoba y considerado el mayor violador serial de la historia argentina. Cuando no delinquía, la vida de Sajen era tan normal que ni su mujer ni sus hijos sospecharon jamás lo que estaba pasando. “Era un excelente padre, muy cariñoso con sus hijos”, dijo todavía shockeada la esposa al pedir perdón a las 59 víctimas, todas ellas jóvenes estudiantes sorprendidas en situación de indefensión. “Mi papá querido, mi papá, ¿qué van a hacer mis hermanitos sin el papi?”, era el grito desgarrador de uno de los hijos de Sajen en el hospital donde finalmente el violador serial murió después de dispararse un tiro en la cabeza cuando se vio rodeado por la policía.

 

 

¿Qué hay detrás de los actos de un violador? ¿Qué hay en su mente? ¿Cuáles son las causas que lo llevan a cometer actos que se cuentan entre los delitos con mayor y más negativa repercusión social? ¿Son recuperables? Estos son algunos de los interrogantes que vuelven al centro de la escena cada vez que una nueva violación conmueve a una comunidad, como ha ocurrido hace pocos días en La Plata, donde una chica de 13 años fue engañada por un individuo que, después de sacarla de un cibercafé de Plaza Italia, la violó en una casa abandonada en pleno centro. Lejos de tener una respuesta única, estos interrogantes dividen las opiniones de psiquiatras, psicólogos y especialistas en violencia contra la mujer.

 

UN TRASTORNO PSIQUICO

Los agresores sexuales padecen un trastorno en su estructuración psíquica. Se trata de personas que suelen ser inseguras, inmaduras, poco tolerantes a la frustración y que en la mayor parte de los casos sufrieron, a su vez, agresiones sexuales en su infancia.

 

 

Son características enumeradas por algunos especialistas al describir la personalidad de un violador, aunque otros expertos destacan que no existe un solo perfil, sino muchos.

 

En lo que sí coinciden los que estudian el tema es en la existencia de un rasgo común a todos los violadores: ese que hace que no busquen placer sexual con su delito, sino la dominación total de una persona indefensa.

 

“El tema que los obsesiona es el poder y no el sexo. Y es por eso que no buscan víctimas físicamente atractivas, sino aquellas que resultan más vulnerables: nenas (o nenes), adolescentes, mujeres jóvenes y solas, ancianas o discapacitadas”, apunta, por caso, Olga Cáceres, médica especialista en psiquiatría y psicología, coordinadora del refugio platense María Pueblo, para mujeres víctimas de violencia.

 

En ese sentido es recurrente la diferenciación entre abusadores y violadores: los primeros se caracterizan por pertenecer al entorno de la víctima y por generar una red de intimidación, seducción o engaño para perpetrar actos en los que se persigue el placer sexual y en los que no siempre está presente la violencia física. Los segundos suelen ser desconocidos, perseguir el sometimiento de su víctima y apelar siempre a la violencia.

 

Psiquiatras, psicólogos y especialistas en violencia contra la mujer también dividen opiniones cuando se habla de las posibilidades de recuperación de los violadores.

 

Algunos dicen que esa recuperación es muy difícil y se mencionan índices de reincidencia en el delito del orden del 70%.

Pero también se reconoce que no existen en el país tratamientos específicos para recuperarlos, se habla de un sistema carcelario poco preparado para estos tratamientos y se afirma que son pocas las terapias de este tipo que se han experimentado en el mundo, donde incluso las investigaciones en torno al tema son recientes.

 

LA LUPA SOBRE LA HISTORIA DE VIOLADORES PRESOS

 

Un estudio realizado por Eva Sanz sobre 60 violadores y abusadores sexuales procesados y o condenados por la Justicia Federal en distintas unidades penitenciarias de capital y provincia arroja algo de luz sobre las características comunes existentes entre quienes cometen este tipo de delito.

 

El trabajo puso en evidencia un primer dato: que contra lo que comúnmente se cree, los violadores no son mayoritariamente seres solitarios. De las consultas realizadas por Sanz surgió que casi la mitad de los detenidos había dormido la noche anterior al delito junto a su mujer.

 

El estudio permitió a su vez ubicar la edad promedio de los violadores entre los 21 y los 35 años (otras fuentes, como la médica Olga Cáceres, ubica ese rango entre los 25 y los 40 años).

 

El trabajo de Sanz aporta una imagen alejada de un violador socialmente marginado. Indica, en ese sentido, que el 50% de las personas detenidas por violación que fueron consultadas realizó la escolaridad secundaria y universitaria y el 43% se crió en una familia “bien constituida”, con padre, madre y hermanos. La mayoría, además, contaba, al momento de ser detenido, con un trabajo estable, un rasgo que los diferencia de los autores de otros delitos y que aparece destacado también en otros trabajos similares al de Sanz realizados en España.

 

Del mismo modo, destaca que las drogas y el alcohol no tienen una presencia central en la vida de los casos de violadores estudiados. Así, indica que el 63% de los consultados nunca se alcoholizó, mientras que el 85% jamás consumió drogas.

Otro dato obtenido en el estudio afirma que el 80% de los violadores detenidos que fueron entrevistados no tenía antecedentes por otro tipo de delitos, como robo, estafas u homicidios.

 

Otro estudio, realizado en cárceles de Málaga (España) pone el acento en que los violadores son en su mayoría sujetos que actúan con pleno dominio de sus facultades mentales y que, aún cuando tengan un trastorno mental, la acción delictiva acontece sin relación con la afección.

 

DIFERENCIAS ENTRE VIOLADORES Y ABUSADORES

Desde el refugio platense María Pueblo, donde se alberga a mujeres víctimas de distinto tipo de violencia, Olga Cáceres diferencia el perfil del autor de una violación del que caracteriza a un abusador sexual.

 

“El abusador sexual, que habitualmente es alguien del entorno de la víctima, crea un lazo basado en la confianza para obtener de su víctima el placer sexual. En el violador, la búsqueda del placer sexual no es central. El eje fundamental de su accionar pasa por el poder. No buscan obtener placer, sino tener el dominio total sobre el otro”, dice Cáceres.

 

Así como uno de los rasgos salientes del violador es el de mantener su comportamiento abusivo separado del resto de su vida, también destacan en su personalidad otros aspectos comunes. Entre ellos, la inseguridad, la necesidad de obtener la aprobación de los demás, la inmadurez afectiva, el ser proclives a la agresividad y tener una muy baja tolerancia a la frustración.

 

“La gente tiende a pensar que las violaciones las cometen ‘viejos verdes’, marginales o alcohólicos, pero lo más frecuente es que detrás del violador haya una persona que para los ojos de los demás es alguien común y corriente”, apunta Cáceres.

Adelma Pereyra es psiquiatra, especialista en trastornos de la personalidad y destaca que no hay un solo perfil de violador, sino varios.

 

“Lo que tienen en común es la presencia de trastornos en su estructuración psíquica que son diferentes en el caso del delincuente que sólo viola que en aquel que viola y mata. La estructura mental de este segundo sujeto presenta, evidentemente, trastornos mucho más graves que la del primero y el perfil es diferente”, sostiene la especialista.

 

Para Pereyra, el objetivo del violador es “mancillar a la mujer, humillarla y hacerla sufrir”, lo que estaría denotando la presencia de “una compleja relación del sujeto con el género femenino, en la que quedan descartados el cariño, la ternura y la comprensión”.

 

Contrariamente a lo que piensan otros especialistas, Pereyra no descarta que haya en el violador un interés por obtener placer sexual: “los casos de violación pueden ser evidencia de la presencia de una perversión sexual que encuentra el disfrute en la violencia”.

 

Los factores que llevan a esta situación pueden ser diversos. Los especialistas hablan, entre otros, de la existencia de carencias y dificultades en la infancia que pueden condicionar a la formación de la estructura psíquica.

 

VIOLADORES IMPULSIVOS, VIOLADORES SERIALES

Karina Arcuschin, perito psicóloga del Poder Judicial, diferencia a su vez otras categorías, como los violadores impulsivos y los violadores seriales.

 

Al referirse a los primeros afirma que en su caso, “la violación es el resultado de aprovechar la oportunidad que se les presenta en el transcurso de otros hechos delictivos”.

 

En estos sujetos, la especialista distingue una característica, también presente en otros tipos de violadores: “Un grado de inmadurez sexual y de baja autoestima tales que necesitan que su víctima muestre poca peligrosidad e indefensión para evitar así mantener una sexualidad con pares, consentida, en la que los juicios valorativos puedan resultar descalificantes”, describe.

 

En el violador serial, en tanto, dice Arcuschin, la única condición de placer sexual está ligada al sometimiento de la víctima.

“Son sujetos que presentan escasa conexión con experiencias propias de frustración o dolor y fallas constitutivas muy severas en su psiquismo” apunta.

 

Por su parte, Cáceres hace hincapié en otro rasgo distintivo de este último tipo de violador: la costumbre de perpetrar las violaciones de manera ritual, repitiendo zonas, horarios y signos.

 

UN MACHISMO MAL ENTENDIDO Y EXACERBADO

“En el caso de los violadores se presenta una exacerbación de ciertos estereotipos sociales ligados a la masculinidad mal entendida. En la mente del violador es el macho superior el que domina a la hembra inferior. Y esto está ligado a una exageración de ciertas construcciones de género presentes en la sociedad”, dice Olga Cáceres aportando un nuevo elemento a la descripción del perfil de un violador: un machismo extremo.

 

Es un elemento presente también en otras formas de violencia sexual contra la mujer, según apunta Karina Arcuschin, quien lo detecta en los casos de maltrato y violencia sexual dentro de la pareja.

 

“En estos casos lo que aparece en exceso es una ideología machista. Se trata de abusos ligados a la degradación; la intolerancia a las ideas diferentes a la propia reproducen en extremo las diferencias de las jerarquías entre los géneros”, dice Arcuschin.

 

La especialista afirma que en la agresión del violador hay un intento de expresar la superioridad de la masculinidad. Pero al mismo tiempo, la propia vivencia de la masculinidad que hace el agresor es sumamente pobre. Cómo funciona la mente de un violador Tras la muerte de una estudiante universitaria de 20 años que se resistió a una violación en Turquía, una experta habla sobre el tema. En todo el país se organizaron concurridas protestas durante el fin de semana y en Twitter el hashtag con el nombre de la chica se utilizó más de 3,3 millones de veces.

 

Las redes sociales también recogieron la voz de muchas mujeres que contaron sus propias experiencias de abusos sexuales y violaciones.

 

La BBC habló con la psiquiatra y profesora turca Sahika Yuksel, coordinadora del Grupo de Salud Mental de Mujeres de la Asociación de Psiquiatras de Turquía sobre cómo funciona la mente de un violador. Esto fue lo que dijo:

¿Por qué violan los hombres? ¿Qué motiva a un violador?

 

Es totalmente incorrecto asumir que los hombres violan como resultado de sus necesidades hormonales.

 

Un hombre no viola a una mujer en la calle así como así. Saben que es inapropiado, así que lo hacen en secreto, lejos de los ojos de los demás.

 

La violación no es un acto sexual. La violación es una agresión, está relacionada con la voluntad de ganar. Trata de hacerse con el control de un objeto -la mujer se convierte en un objeto-, trata del poder. Y puede haber gente que obtenga placer de ello.

 

La violación se ve como el comportamiento más grave, es cierto, pero no es el único tipo de agresión que cometen los hombres.

 

Cuando la violencia psicológica, la violencia física, la violencia financiera, la falta de respeto de los derechos de la mujer, y la discriminación se permiten y normalizan, entonces también ocurren violaciones.

 

¿Influye la educación en la infancia de un violador sobre los actos que comete cuando es adulto?

Los niños son educados de acuerdo a los valores masculinos dominantes en su cultura. La mujer es preparada para tratar a su marido de forma distinta y para obedecer a su orden autoritario.

 

Así que ella reproduce ese comportamiento con su hijo y su hija. Sabemos que las chicas cuyas madres sufrieron violencia en casa tienden a experimentar más violencia en sus matrimonios o en sus parejas.

Los hombres cuyas madres son golpeadas por sus padres tienen una tendencia mayor a ser agresivos en sus propias relaciones.

 

Los niños y las niñas se definen en la sociedad por la forma en que sus madres son tratadas por sus padres, como individuos secundarios. Se ven tendencias similares en todo el mundo. Pero una cuestión distinta es cuando se trata de combatirlo.

Las mujeres turcas reciben, en general, menos educación que los hombres. Pero los políticos han repetido muchas veces que las mujeres y los hombres no son iguales.

 

¿Cómo lidiarías tú con un hombre que admita tener tendencias de este tipo y que busque ayuda?

Nadie cambia si no admite que sus actos son erróneos y se responsabiliza de ellos. Si le descubren y luego declara que no fue su intención hacerlo, esto no hará que cambie de comportamiento.

 

El número de hombres que detectan este tipo de tendencias en sí mismos y buscan ayuda antes de que los descubran es muy pequeño.

 

El camino debe ser rehabilitar a estos hombres que cometen delitos sexuales mientras cumplen sus sentencias. Esto no pasa en Turquía. Todo el mundo tiene derecho a recibir un tratamiento y rehabilitarse.

 

Hay varios programas de rehabilitación que tratan a los delincuentes sexuales en el mundo y se ve que el riesgo de que vuelvan a delinquir es mucho menor que el de aquellos que no reciben ningún tipo de ayuda cuando están en prisión.

Estos programas de rehabilitación son especialmente beneficiosos para los adolescentes que cometen delitos sexuales.

 

Hay gente que pide castrar a los delincuentes sexuales y volver a instalar la pena de muerte. La pena de muerte no es humanitaria. Sabemos muy bien que en Estados Unidos, la tasa criminal no es más baja en los estados en los que está instaurada la pena de muerte.

 

No son medidas disuasorias. Se trata de personas en posiciones de poder que intentan silenciar a las masas.

Escuchamos este tipo de retórica cada vez que hay una violación que tiene repercusión pública. No se trata de hablar de venganza. Queremos que nuestra sociedad esté lo más libre posible de abusos sexuales y violaciones.

 

¿Qué podría hacer una mujer que haya sido asaltada sexualmente, de cualquier edad, si se atreve a contarlo?

En las sociedades o culturas en las que la sexualidad se ve como un tabú y se condenan las relaciones sexuales antes del matrimonio, las agresiones sexuales casi nunca se denuncia.

 

Los violadores saben esto bien, y pueden amenazar a las mujeres con que contarán a su familia lo sucedido. Esto les permite seguir cometiendo el delito.

 

Incluso, estos hombres pueden chantajear a estas mujeres y contárselo a sus amigos para que sucedan nuevos abusos en el futuro.

 

Las mujeres que han sufrido una violación pueden seguir el camino legal y pedir ayuda psicológica y social. Pueden hablar con sus amigos más cercanos y de más confianza.

 

El camino para curarse y superar el abuso sexual o el asalto no pasa, de ninguna manera, por permanecer en silencio.

Las agresiones sexuales pueden provocar problemas físicos, enfermedades de transmisión sexual y embarazos.

Así que es crucial que la mujer que ha sufrido una violación sea sometida a un examen rápidamente y se tomen las medidas necesarias.

 

Puede haber problemas al corto y al largo plazo y deben atenderse durante un tiempo después del asalto. Idealmente, lo mejor sería tener centros para tratar estos asaltos donde se pueda dar la ayuda necesaria, en un mismo sitio, y sin tener que esperar.

 

Además, la pareja de una mujer asaltada sexualmente es probable que también sufra consecuencias, así que él también debería recibir apoyo psicológico y social.

 

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

 

Los estragos que la ineptitud emocional causa en el mundo son más que evidentes. Basta con abrir un diario para encontrar consignadas las formas de violencia y de degradación más aberrantes, que no parecen responder a ninguna lógica. Hoy por hoy no nos genera mayor estupor escuchar que un corredor de bolsa se haya arrojado de un rascacielos tras una repentina caída de la bolsa, que un marido haya golpeado a su esposa o que, tras haber sido despedido, un empleado haya entrado en su compañía armado hasta los dientes y haya asesinado a varias personas indiscriminadamente.

 

Estas evidencias se suman a la ola de violencia que asola al planeta, al alarmante incremento de la depresión en todo el mundo, a los niveles de estrés que van en franco aumento y a una interminable lista de síntomas: todos ellos dan cuenta de una irrupción descontrolada de los impulsos en nuestras vidas y de una ineptitud generalizada, y acaso creciente, para controlar las pasiones y los arrebatos emocionales.

 

Tradicionalmente hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente racionales de nuestra psiquis, en un afán por medir y comparar los coeficientes de la inteligencia humana. Sin embargo, en aquellos momentos en que nos vemos arrastrados por las emociones, cuando un chico golpea a otro por burlarse de él o un conductor le dispara a aquel que le ha cerrado la vía, la inteligencia se ve desbordada y los esfuerzos por entender la capacidad de análisis racional de cada sujeto no parecen tener mayor utilidad.

 

La abundante base experimental existente permite concluir que, si bien todas las personas venimos al mundo con un temperamento determinado, los primeros años de vida tienen un efecto determinante en nuestra configuración cerebral y, en gran medida, definen el alcance de nuestro repertorio emocional. Pero ni la naturaleza innata ni la influencia de la temprana infancia constituyen determinantes irreversibles de nuestro destino emocional.

 

La puerta para la alfabetización emocional siempre está abierta y, así como a las escuelas les corresponde suplir las deficiencias de la educación doméstica, las empresas y los profesionales que quieran lograr el éxito en el entorno de especialización y diversidad que caracteriza al mundo moderno deben tener consciencia de sus emociones y dotarlas de inteligencia.

 

Daniel Góleman Sorprendido ante el efecto devastador de los arrebatos emocionales y consciente, al mismo tiempo, de que los tests de coeficiente intelectual no arrojaban excesiva luz sobre el desempeño de una persona en sus actividades académicas, profesionales o personales, Daniel Golemn ha intentado desentrañar qué factores determinan las marcadas diferencias que existen, por ejemplo, entre un trabajador “estrella” y cualquier otro ubicado en un punto medio, o entre un psicópata asocial y un líder carismático. Su tesis defiende que, con mucha frecuencia, la diferencia radica en ese conjunto de habilidades que ha llamado “inteligencia emocional”, entre las que destacan el autocontrol, el entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo.

 

Si bien una parte de estas habilidades pueden venir configuradas en nuestro equipaje genético, y otras tantas se moldean durante los primeros años de vida, la evidencia respaldada por abundantes investigaciones demuestra que las habilidades emocionales son susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los métodos adecuados.

 

Las emociones en el cerebro El diseño biológico que rige nuestro espectro emocional no lleva cinco ni cincuenta generaciones evolucionando; se trata de un sistema que está presente en nosotros desde hace más de cincuenta mil generaciones y que ha contribuido, con demostrado éxito, a nuestra supervivencia como especie. Por ello, no hay que sorprenderse si en muchas ocasiones, frente a los complejos retos que nos presenta el mundo contemporáneo, respondamos instintivamente con recursos emocionales adaptados a las necesidades del Pleistoceno.

 

En esencia, toda emoción constituye un impulso que nos moviliza a la acción. La propia raíz etimológica de la palabra da cuenta de ello, pues el latín moveré significa moverse y el prefijo denota un objetivo. La emoción, entonces, desde el plano semántico, significa “movimiento hacia”, y basta con observar a los animales o a los niños pequeños para encontrar la forma en que las emociones los dirigen hacia una acción determinada, que puede ser huir, chillar o recogerse sobre sí mismos. Cada uno de nosotros viene equipado con unos programas de reacción automática o una serie de predisposiciones biológicas a la acción. Sin embargo, nuestras experiencias vitales y el medio en el cual nos haya tocado vivir irán moldeando con los años ese equipaje genético para definir nuestras respuestas y manifestaciones ante los estímulos emocionales que encontramos. En cada uno de nosotros se solapan dos mentes distintas: una que piensa y otra que siente.

 

Éstas constituyen dos facultades relativamente independientes y reflejan el funcionamiento de circuitos cerebrales diferentes aunque interrelacionados. De hecho, el intelecto no puede funcionar adecuadamente sin el concurso de la inteligencia emocional, y la adecuada complementación entre el sistema límbico y el neocórtex exige la participación armónica de ambas. En muchísimas ocasiones, estas dos mentes mantienen una adecuada coordinación, haciendo que los sentimientos condicionen y enriquezcan los pensamientos y lo mismo a la inversa.

 

Algunas veces, sin embargo, la carga emocional de un estímulo despierta nuestras pasiones, activando a nivel neuronal un sistema de reacción de emergencia, capaz de secuestrar a la mente racional y llevarnos a comportamientos desproporcionados e indeseables, como cuando un ataque de cólera conduce a un homicidio. Alrededor del tallo encefálico, que constituye la región más primitiva de nuestro cerebro y que regula las funciones básicas como la respiración o el metabolismo, se fue configurando el sistema límbico, que aporta las emociones al repertorio de respuestas cerebrales. Gracias a éste, nuestros primeros ancestros pudieron ir ajustando sus acciones para adaptarse a las exigencias de un entorno cambiante. Así, fueron desarrollando la capacidad de identificar los peligros, temerlos y evitarlos.

 

La evolución del sistema límbico estuvo, por tanto, aparejada al desarrollo de dos potentes herramientas: la memoria y el aprendizaje. En esta región cerebral se ubica la amígdala, que tiene la forma de una almendra y que, de hecho, recibe su nombre del vocablo griego que denomina a esta última. Se trata de una estructura pequeña, aunque bastante grande en comparación con la de nuestros parientes evolutivos, en la que se depositan nuestros recuerdos emocionales y que, por ello mismo, nos permite otorgarle significado a la vida. Sin ella, nos resultaría imposible reconocer las cosas que ya hemos visto y atribuirles algún valor. Sobre esta base cerebral en la que se asientan las emociones, fue creándose hace unos cien millones de años el neocórtex: la región cerebral que nos diferencia de todas las demás especies y en la que reposa todo lo característicamente humano. El pensamiento, la reflexión sobre los sentimientos, la comprensión de símbolos, el arte, la cultura y la civilización encuentran su origen en este esponjoso reducto de tejidos neuronales.

 

Al ofrecernos la posibilidad de planificar a largo plazo y desarrollar otras estrategias mentales afines, las complejas estructuras del neocórtex nos permitieron sobrevivir como especie. En esencia, nuestro cerebro pensante creció y se desarrolló a partir de la región emocional y estos dos siguen estando estrechamente vinculados por miles de circuitos neuronales. Estos descubrimientos arrojan muchas luces sobre la relación íntima entre pensamiento y sentimiento. La emergencia del neocórtex produjo un sinnúmero de combinaciones insospechadas y de gran sofisticación en el plano emocional, pues su interacción con el sistema límbico nos permitió ampliar nuestro abanico de reacciones ante los estímulos emocionales y así, por ejemplo, ante el temor, que lleva a los demás animales a huir o a defenderse, los seres humanos podemos optar por llamar a la policía, realizar una sesión de meditación trascendental o sentarnos a ver una comedia ligera. Asimismo, con el neocórtex emergió en nosotros la capacidad de tener sentimientos sobre nuestros sentimientos, inducir emociones o inhibir las pasiones.

 

Orgullosos de nuestra capacidad para controlar nuestras emociones, hemos caído en la trampa de creer que nuestra racionalidad prima sobre nuestros sentimientos y que a ella podemos atribuirle la causa de todos nuestros actos. Pero, a diferencia de lo que pensamos, son muchos los asuntos emocionales que siguen regidos por el sistema límbico y nuestro cerebro toma decisiones continuamente sin siquiera consultarlas con los lóbulos frontales y demás zonas analíticas de nuestro cerebro pensante. Recuerde, simplemente, la última vez en que perdió usted el control y explotó ante alguien, diciendo cosas que jamás diría. Los estudios neurológicos han encontrado que la primera región cerebral por la que pasan las señales sensoriales procedentes de los ojos o de los oídos es el tálamo, que se encarga de distribuir los mensajes a las otras regiones de procesamiento cerebral. Desde allí, las señales son dirigidas al neocórtex, donde la información es ponderada mediante diferentes niveles de circuitos cerebrales, para tener una noción completa de lo que ocurre y finalmente emitir una respuesta adaptada a la situación.

 

El neocórtex registra y analiza la situación y acude a los lóbulos prefrontales para comprender y organizar los estímulos, en orden a ofrecer una respuesta analítica y proporcionada, enviando luego las señales al sistema límbico para que produzca e irradie las respuestas hormonales al resto del cuerpo. Aunque esta es la forma en la que funciona nuestro cerebro la mayor parte del tiempo, Joseph LeDoux -en su apasionante estudio sobre la emoción- descubrió que, junto a la larga vía neuronal que va al córtex, existe una pequeña estructura neuronal que comunica directamente el tálamo con la amígdala. Esta vía secundaria y más corta, que constituye una suerte de atajo, permite que la amígdala reciba algunas señales directamente de los sentidos y dispare una secreción hormonal que determina nuestro comportamiento, antes de que esas señales hayan sido registradas por el neocórtex.

 

El problema que esto puede y suele suscitar consiste en que la amígdala ofrece respuestas inmediatas que no tienen en cuenta la situación en toda su complejidad, sino que se limitan a asociarla con los recuerdos emocionales que guarda almacenados para proveer así la repuesta que considere adecuada. Si bien esto podría ser determinante para la supervivencia de nuestros ancestros en situaciones en las que unas milésimas de segundos significaban la diferencia entre vida o muerte, en el sofisticado mundo social de hoy en día puede resultar desproporcionado y hasta catastrófico. Así, por ejemplo, no es de sorprender que una persona que haya sufrido un fuerte trauma tras haber sido asediada sexualmente por un antiguo jefe, tenga una reacción exagerada y violenta cuando se enfrente a un escenario similar al del ataque o cuando se encuentre con una superior que le recuerde de alguna forma a su agresor.

 

De hecho, la situación se hace más compleja si tenemos en cuenta que la mayoría de los recuerdos emocionales más intensos que están almacenados en la amígdala proceden de los primeros años de vida, de hechos que no sólo escapan a nuestro control, sino que ni siquiera entran en el ámbito de nuestros recuerdos conscientes. En el funcionamiento de la amígdala y en su interrelación con el neocórtex se esconde el sustento neurológico de la inteligencia emocional, entendida, pues, como un conjunto de disposiciones o habilidades que nos permite, entre otras cosas, tomar las riendas de nuestros impulsos emocionales, comprender los sentimientos más profundos de nuestros semejantes, manejar amablemente nuestras relaciones o dominar esa capacidad que señaló Aristóteles desenfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto.

 

La empatía, ponerse en la piel de los demás. Algunas personas tienen más facilidad que otras para expresar con palabras sus propios sentimientos; existe otro tipo de individuos cuya incapacidad absoluta para hacerlo los lleva incluso a considerar que carecen de sentimientos. Peter Sifneos, psiquiatra de Harvard, acuñó el término “alexitimia”, que se compone del prefijo a (sin), junto a los vocablos lexis (palabra) ythymos (emoción), para referirse a la incapacidad de algunas personas para expresar con palabras sus propias vivencias. No es que los alexitímicos no sientan, simplemente carecen de la capacidad fundamental para identificar, comprender y expresar sus emociones.

 

Este tipo de ignorancia hace de ellos personas planas y aburridas, que suelen quejarse de problemas clínicos difusos, y que tienden a confundir el sufrimiento emocional con el dolor físico. Pero el efecto negativo de esta condición rebasa el ámbito privado de la persona en cuestión, en la medida en que la conciencia de sí mismo es la facultad sobre la que se erige la empatía.

 

Así, al no tener la menor idea de lo que sienten, los alexitímicos se encuentran completamente desorientados con respecto a los sentimientos de quienes les rodean. La palabra empatía proviene del griego empatheia, que significa “sentir dentro”, y denota la capacidad de percibir la experiencia subjetiva de otra persona. El psicólogo norteamericano E.B. Titehener amplió el alcance del término para referirse al tipo de imitación física que realiza una persona frente al sufrimiento ajeno, con el objeto de evocar idénticas sensaciones en sí misma. Diversas observaciones in situ han permitido identificar esta habilidad desde edades muy tempranas, como en niños de nueve meses de edad que rompen a llorar cuando ven a otro niño caerse, o niños un poco mayores que ofrecen su peluche a otro niño que está llorando y llegan incluso a arroparlo con su manta. Incluso se ha demostrado que desde los primeros días de vida, los bebés se muestran afectados cuando oyen el llanto de otro niño, lo cual ha sido considerado por algunos como el primer antecedente de la empatía.

 

 

A lo largo de la vida, esa capacidad para comprender lo que sienten los demás afecta un espectro muy amplio de actividades, que van desde las ventas hasta la dirección de empresas, pasando por la política, las relaciones amorosas y la educación de los hijos. A su vez, la ausencia de empatía suele ser un rasgo distintivo de las personas que cometen los delitos más execrables: psicópatas, violadores y pederastas. La incapacidad de estos sujetos para percibir el sufrimiento de los demás les infunde el valor necesario para perpetrar sus delitos, que muchas veces justifican con mentiras inventadas por ellos mismos, como cuando un padre abusador asume que está dándole afecto a sus hijos o un violador sostiene que su víctima lo ha incitado al sexo por la forma en que iba vestida.

 

Pero bueno, esta ya es otra historia, pido mil disculpas por haber empleado gran parte de mi escrito a Daniel Góleman y su Inteligencia Emocional, pero considero que queda clara que los principios éticos y morales, así como su perversión o pérdidas de rumbo subyacen en una base emocional como lo deja bien claro el autor.

 

Julio Alfredo Ceballos Alonso.

Psicólogo-Policiólogo

San Luis Potosí., S.L.P. México.

23 de julio de 2014.

LA RADIOGRAFIA DE UN VIOLADOR

JULIO ALFREDO CEBALLOS ALONSO

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